“Cerré una etapa y abrí otra”
Ezequiel trabajaba en la Fuerza Aérea cuando confirmó que era hijo de desaparecidos. Después de oponerse a los análisis de ADN, habla del encuentro con su familia. Hoy dice que su objetivo es “sumar”.
Por Victoria Ginzberg
“Lo único que encontré en Abuelas fue contención y calidez”, asegura Ezequiel.
Durante diez años se opuso a que le hicieran una prueba de ADN para establecer si era o no hijo de desaparecidos. Allanaron su casa y se llevaron su ropa, pero eso tampoco dio resultado. Lo pararon en la calle, lo escoltaron al juzgado, le pidieron la remera y otras prendas y entonces sí, se estableció que sus padres eran María Graciela Tauro y Jorge Daniel Rochistein, secuestrados en julio de 1977. La confirmación de esa noticia no se la dio un juez, sino la entonces ministra de Defensa, Nilda Garré. Es que Ezequiel Vázquez Sarmiento trabajaba en la Fuerza Aérea. Es el nieto 102 recuperado por Abuelas de Plaza de Mayo y es la primera vez que da una entrevista. De hecho, él la propuso. “Quiero agradecer”, explica: “Yo pensaba que querían revancha y venganza y al final nada que ver. Uno después habla con la gente de allá y lo único que fue es contención y calidez. Para mí, el post enterarme e interactuar con las personas de Abuelas fue muy importante para cambiar los prejuicios”.
La particularidad más ostensible del caso de Ezequiel es que al momento de confirmar que era hijo de desaparecidos y durante buena parte de lo que duró el proceso judicial para establecer su identidad, él trabajaba en la Fuerza Aérea. Es el primer nieto recuperado que es empleado de las Fuerzas Armadas. Su apropiador, un oficial de esa misma fuerza, está prófugo desde 2003. Ezequiel lleva su apellido y no quiere modificar esa situación, al menos por ahora. El no dice apropiador. Dice “mi padre”, o “la persona que considero mi padre”.
En septiembre del año pasado, el joven fue convocado al despacho de Garré. No conocía a la funcionaria personalmente y creyó que había hecho algo mal, aunque no sabía bien qué. Se preparó para un reto: “Fue un diálogo muy ameno, ella me quería adelantar y contar el resultado del ADN, pero conteniéndome y respetando mi postura. Me dijo que conocía mi caso y estuvimos hablando un montón, hasta de temas familiares. Fue la primera persona con la que tuve una charla así”.
Luego vino el anuncio de las Abuelas de Plaza de Mayo. Ezequiel prefirió mantenerse al margen. Pero la distancia le duró poco. Enseguida decidió hablar con su familia biológica: quería contarles lo que sentía, explicarles. Fue a Mar del Plata para conocer a su tía y a su abuela: “Bajé del avión y en el aeropuerto me esperaba mi tía, la reconocí porque era la única mujer que estaba llorando”. Tiempo después ellas vinieron a Buenos Aires. Ezequiel les presentó a la mujer que llama “mamá”, o “vieja”. “Apenas las saludó, mi mamá se puso a llorar y mi tía y mi abuela biológica la abrazaron, la consolaron. Eso para mí fue muy fuerte. Ellas no tenían rencor ni bronca.”
–¿Entendés igual que es un poco paradójico, no?
–¿Por qué decís paradójico?
–Porque tu tía y tu abuela son las víctimas, junto con vos y tus padres, claro.
–Para mí fue como decir “a pesar de lo pasado no te tenemos bronca”. Ellas empezaron a hablar, a preguntar, y mi vieja les contaba cosas de mi infancia.
–¿Qué les dijiste a tus hijas?
–Son chicas. La más grande tiene ahora seis años. Cuando en noviembre fuimos a festejar mi cumpleaños a Mar del Plata, estaban mis primas, sus hijas. Mi hija más grande me dice “ahora tengo más primas”. Yo sólo les dije: “Ella es la abuela Nely, ella es la tía Pato”, creo que es difícil de entender. Aunque ellas lo tomaron como algo natural.
–¿Cómo te enteraste de que no eras hijo biológico de quienes pensabas que eran tus padres?
–Me enteré en 2001. Hablando con mi mamá, antes de que me llegara la notificación policial. Yo tenía 24 años, estudiaba Economía. Tengo toda la carrera cursada en El Salvador, pero al final dije no, esto es una mentira...
–Ah... y estudiaste Derecho, que es algo serio
–(Se ríe.) Bueno, eso dejémoslo para otro momento. Ella me contó que yo no era hijo biológico de ella. Yo le dije “quiero que me cuentes hasta acá”. Ahora seguiremos en la causa judicial.
–¿Por qué no quisiste saber detalles?
–Me contó que ella tampoco sabía de dónde era yo, que con el paso del tiempo se lo planteaba más. Tampoco tuve la necesidad de seguir indagando porque mi principal fuente de preocupación era que no le pasara nada a ella.
–A ella.
–Sí, a ella. En realidad a los dos, pero a ella en primer lugar.
Dolor
María Graciela Tauro y Jorge Rochistein militaban en Montoneros y estudiaron en la Universidad Nacional del Sur. El, Ciencias Económicas. Ella, Bioquímica. Así se conocieron. Se casaron el 30 de enero de 1976, después de un largo noviazgo, y fueron secuestrados el 15 de mayo de 1977 en Hurlingham. Graciela estaba embarazada. Fueron llevados a la Comisaría 3 de Castelar, luego a Mansión Seré, el centro clandestino que regenteaba la Aeronáutica y a la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA), donde nació Ezequiel.
Juan Carlos Vázquez Sarmiento es un oficial de la Fuerza Aérea. Su foto, con la gorra de aviador y bigotes gruesos, se puede ver en alguno de los avisos que el Ministerio de Justicia, Seguridad y Derechos Humanos publicó ofreciendo cien mil pesos a quienes aporten datos que ayuden a encontrarlo. Está prófugo desde 2003. Las denuncias en la causa señalan que fue miembro de la Regional Buenos Aires de Inteligencia (RIBA) de la Fuerza Aérea. Ezequiel lo defiende de las acusaciones sobre su posible participación en un grupo de tareas.
–¿Cómo convivís con el hecho de que quien considerás tu papá está prófugo?
–En su momento se toman decisiones..., yo no lo considero responsable. Yo trabajé en la Fuerza Aérea y conozco la responsabilidad de un cabo principal y más en esa época. Para mí es doloroso. Pero ya con el mote de militar y con la gorra en la cabeza se sabía que mucha alternativa no había.
–¿No creés que se debería presentar y hacerse cargo?
–Por un tema de preservación de él, yo no tengo contacto. Es más doloroso verlo detenido que no verlo.
–Haber sabido la verdad de la forma en que haya sido, ¿fue un bien para vos?
–Recién ahora me planteo el hecho de sumar. Lo veo como experiencia de vida. Si no se hubiese judicializado el tema supongo que lo hubiese querido saber antes..., pero hoy por hoy, sí, hoy tengo la suerte de que tanto mi vieja como mi familia biológica son personas maravillosas y por el tema judicial por ahí me perdí de diez años, pero ya está. Para mí es fuerte que me hayan buscado y la forma en que lo hicieron sin querer hacerme daño.
–¿Pensabas que las Abuelas querían hacerte daño?
–No. Yo nunca interactué con ellos. Era un tema judicial. Pero en el imaginario... uno pensaba que era “revancha y venganza”, y al final nada que ver. Uno después habla con toda la gente de allá y lo único que fue es contención y calidez. Para mí el post enterarme e interactuar con las personas de Abuelas fue muy importante para cambiar los prejuicios.
La Presidenta
Hace veinte días un grupo de Abuelas de Plaza de Mayo y nietos recuperados fue a visitar a la Presidenta, que los recibió para felicitarlos por el premio que la Unesco le otorgó a la institución. Estela Carlotto invitó a Ezequiel, quien aceptó de buen grado. “Uno no conoce todos los días a un Presidente.” El encuentro, que tal vez imaginaba protocolar, lo sorprendió: “Eramos un grupo de veinte personas. Nos reciben en el despacho de ella. Yo sería el séptimo u octavo en la fila de saludos..., entonces se da vuelta Estela y me dice ‘¿la saludaste?, ¿le dijiste quién sos?’. Me agarra y le dice: ‘Presidenta, él es Ezequiel’ y le empieza a contar. Ella deja de saludar a todo el mundo y empieza a hablar conmigo. Me dijo: ‘Quería conocerte pero no queríamos que te generara una presión, por eso ese día con Nilda no te trajimos acá, para que yo pueda hablar con vos, pero estaba interesada en tu caso. Estoy muy contenta de que estés acá’. Se acordaba de cómo había sido el proceso. Yo le agradecí. Para mí fue demasiado fuerte. Estela le dice en un momento: `El es demasiado formal’... yo soy el acartonado. Cuando nos sentamos a la mesa volvió a hablar conmigo. Imaginate todos los problemas que tiene y se preocupaba por mí, no como Presidenta, sino como persona. También le agradecí la contención que me había brindado Nilda, que fue una persona que me contuvo en los peores momentos. No tenía obligación. Fue algo humano y algo muy genuino. Salí bastante emocionado de esa experiencia en Casa Rosada”.
La verdad
–¿Cómo te sentiste cuando supiste la verdad?
–Yo sabía la verdad, no sabía de quién era. Sabía que mi origen era dudoso. Pero mi hermana también era considerada apropiada y ella en 2005 fue voluntariamente a hacerse el ADN y dio negativo. Ella es hija biológica de la que yo creo que es mi mamá. Yo no sabía si la familia que me reclamaba judicialmente era realmente la familia. Aunque esa no era mi preocupación, sino mi vieja. Se hizo todo lo que se pudo hacer y pude luchar hasta donde pude luchar. Si no fue voluntario deja de ser mi responsabilidad. Si me decís si hoy por hoy lo recomiendo hacerlo así... Es medio heavy...
–¿Pero entendés que no había otra alternativa?
–Entendía que no había otra alternativa bajo la lógica de defensa planteada por mí.
–¿Y estás contento de haber conocido a tu familia?
–Sí. Claro. A partir de eso cerré una etapa y abrí otra. Las dos cosas confluyen. Para mí, fue bisagra. Yo tomé la iniciativa de ir a ver a mi familia biológica a Mar del Plata. Me recibieron con los brazos abiertos. Lo único que me dijeron fue que no me querían hacer ningún daño. “Lo único que queremos es encontrarte”, me dijeron. Después yo las acompañé al juzgado, porque mi tía y mi abuela quisieron expresar eso en el juzgado.
–¿Qué sabés de tus papás?
–Mi abuela me mostró fotos de cuando Graciela era chica y bebé. Mis tres hijas son fotocopias y si las ponés al lado de una foto de ella, no sabés cuál es cuál. Del lado paterno no tengo parientes cercanos, hay un primo que vive en Estados Unidos y se contactó conmigo. Se preocuparon por mí, pero es un vínculo más lejano.
–Cuando eras chico, ¿sabías que había desaparecidos?
–No. Imaginate que yo tengo 33 años. Fui chico en los ’80, ’90. Acá hubo un quiebre después del 2003, del resurgimiento de los derechos humanos.
–Bueno, pero pasaron cosas antes. Cuando fueron los 20 años del golpe, en 1996, hubo una movilización muy importante, por ejemplo.
–Los noventa fueron despolitizados. La militancia que hay hoy no existía.
–¿Y cómo empezaste a trabajar en la Fuerza Aérea?
–Yo estudiaba Economía en El Salvador. Mi viejo trabajaba en la Fuerza Aérea y empecé a trabajar ahí. El tema de la abogacía tiene mucho que ver con la causa. Empecé en 2004 a estudiar Derecho por la causa y por tener otra actividad remunerada. Ahora trabajo en el Ministerio de Defensa.
–¿Cómo era tener el juicio sobre tu identidad y trabajar en la Fuerza Aérea?
–Nunca me pusieron objeciones a nada ni palos en la rueda. Me respetaron el tema. Para mí fue un tema que ellos consideraron privado y me respetaron y siempre el apoyo humano me lo brindaron, pero más que nada las personas.
–¿Cómo fue el encuentro con tu familia? ¿Cuándo los conociste?
–Yo quería exponerles mis motivos y mi sentir. Abuelas hizo el anuncio un lunes –y agradezco la forma en que lo hicieron, respetaron mi postura– y el jueves tomé la decisión de ir a ver a mi familia biológica a Mar del Plata y exponer mis motivos y mi sentir, quise dar el primer paso. Ellas iban a respetar mis tiempos, así que se emocionaron de que yo haya querido ir a verlas. Me fue a buscar mi tía al aeropuerto y me di cuenta quién era porque era la única mujer que estaba llorando.
–Vos te negaste a hacerte el ADN e hicieron un allanamiento que resultó negativo. ¿Me vas a contar qué pasó?
–Vinieron un día a las seis menos cuarto de la mañana a casa. Eran dos policías con un perito del Hospital Durand y dos testigos. Se llevaron prendas que estaban en mi casa, por así decir...
–Bueno, no me vas a decir. Pero después te fueron a buscar y te llevaron al juzgado.
–En definitiva se extrajo ADN de mi remera, que no fue entregada voluntariamente, en el juzgado.
–¿Qué les dirías a otros jóvenes, como en el caso de los Noble Herrera, que no quieren hacerse el análisis de ADN?
–Si me decís previamente a esta nueva situación..., pero hoy sinceramente les diría “no perdés nada, tratá de sumar y quitate la duda”. No sólo para ellos, para cualquiera que esté en esta situación. En definitiva no vienen con mala intención, igual, yo hablo de mi caso personal. Hay que tratar de sumar en la vida.
Fuente Página/12
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