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martes, 5 de abril de 2011

León Gieco y su presencia en el cierre de las tres noches de U2 en la Argentina, una velada inolvidable

“¿Vos creías que venías a tomar un par de vinos?”

Bono, The Edge, Larry Mullen Jr. y Adam Clayton cerraron la serie del 360º Tour cantando “Solo le pido a Dios” con León. Después del shock de adrenalina, un recuento de sensaciones.

Por Eduardo Fabregat
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Las cosas no habían terminado de cuajar, la escena que tendría lugar un rato después aún no cristalizaba: en la tarde del domingo, cuando este cronista se cruzó con León Gieco en el backstage, la conversación giró sobre las cualidades de Muse, que estaba a punto de tocar, y la enormidad de lo que se vería después. León ni siquiera dejó entrever la posibilidad de ese inolvidable momento en el que Bono le hizo la segunda en “Solo le pido a Dios”, con The Edge lanzando sutiles arreglos de guitarra y el Estadio Unico coreando. Apenas dos días después del aniversario de Malvinas, U2 y Gieco cantando eso de que la guerra no nos sea indiferente, justo antes de que La Garra estallara con “Pride (in the name of love)”. Si la velada despedida del 360º Tour, el cierre de tres noches excepcionales en un estadio excepcional, ya tenía una recarga emotiva, el combo agregó una épica inesperada.
“Yo ni siquiera iba a ir a La Plata –recordó León ayer en Rebeldes, soñadores y fugitivos, en la AM 750–. Había hecho un show para Hijos en Chaco, venía con ese quilombo en la cabeza y sabía que me los iba a perder, pero hubo un llamado de la producción que querían que fuera, así que llegué a casa a las 17, agarré el auto y me fui a La Plata.” Allí, Gieco descubrió que Bono quería algo más que saludarse y recibir una copia de Mundo Alas: “Toquemos esa canción que quise cantar en River y no me salió bien”, propuso el cantante, y así Gieco terminó ensayando con los cuatro U2 en el camarín principal. “Al principio me quedé helado, yo había ido a disfrutar, me había tomado un par de vinos en el VIP y de repente se me pasó toda la tranquilidad, era todo un compromiso, subir a ese escenario, con esa gente... no es un recital en el Gran Rex. A veces cuesta que venga la adrenalina, si te dicen dos o tres días antes te vas preparando, pero así... el mismo Bono se reía, me decía ‘¿Vos te creías que venías a tomarte unos vinos y nada más?’.”

–En el momento, ¿tuvo conciencia de lo que estaba pasando, o simplemente se dejó llevar por la música?

–A veces las cosas son tan fuertes que se convierten en algo normal, como que todo tiene que pasar así. El análisis lo hacés al día siguiente. Porque si estás con los nervios de “estoy tocando con estos tipos” en un estadio como el del domingo... es lo mismo que en Amnistía, que tenía a Peter Gabriel en la mano izquierda y a Bruce Springsteen en la derecha, todos cantando “Get up, stand up”, y yo estaba pensando que Gabriel tenía la mano caliente y Springsteen la mano fría. Al día siguiente reaccionás: al cabo, es gente, loco. Y Bono es una persona que te tiene muy en cuenta, tiene muy en cuenta todo lo que está pasando en el lugar, y ya estará estudiando con quién se va a juntar en Brasil. Como David Byrne, que lo fui a ver y me hacía señas en el escenario que me quería regalar un disco... Estos tipos no tienen ninguna necesidad, podía mandar a un tipo.

–Imposible olvidar que son superestrellas, pero también personas de carne y hueso.

–Todos hacemos caca.

* * *

“Los irlandeses y los argentinos tenemos mucho más en común de lo que parece. A los dos nos gusta hablar. A los dos nos gusta discutir. Somos religiosos, pero nos la pasamos discutiendo con Dios... y cuando dejamos de discutir con Dios, nos ponemos a discutir con los ingleses y con el Fondo Monetario Internacional. Les acepto que en el fútbol son un poquito mejores que nosotros, pero en el rugby les pateamos el culo. Y ustedes tienen un país grande y nosotros tenemos un país chiquito, pero nuestros egos son igual de grandes.” El párrafo de Bono enciende aún más a un estadio rendido a los pies de U2: el ramalazo de lluvia que sacudió a La Plata veinte minutos antes de la hora fijada para el comienzo ya es recuerdo y no le importa a nadie. En el relajado almuerzo del lunes pasado, Bono dijo que cuando hay dos shows seguidos su garganta sufre pero la banda mejora. Una de las partes se cumple, la otra no: efectivamente, en la noche del domingo The Edge, Larry Mullen y Adam Clayton exhiben –si se permite la redundancia– una garra especial, están más lanzados que el miércoles y el sábado. Pero si a Bono le molesta la garganta, basta que vuelva a conmover las paredes con “Miss Sarajevo” para desmentir su teoría. Quizá tenga menos voz, pero gana en efecto dramático, y clava las notas que hay que clavar. Para los reincidentes, el último show de la serie queda en la memoria como el mejor.
The Claw, que el sábado tuvo un desperfecto que dejó la pantalla a media asta, está nuevamente encendida a tope: haber pisado el escenario durante la tarde, en una visita guiada por Frances McMahon (la encantadora publicista de la banda) le da aún más irrealidad a la escena en la que “City of blinding lights” despliega todo el poderío. En el corazón de La Garra, levantar la vista devela las entrañas de un ovni, coronado por ocho columnas in-line de parlantes que garantizan un sonido demoledor. Cuando Frances revela que esa estructura se desarma en solo seis horas el asombro es mayor, como resulta asombrosa –aunque esperable en una producción de estas características– la sala de dirección de cámaras y la consola digital de sonido, justo frente al escenario. “La gente aquí está loca –-comenta Frances, que está contenta porque la noche anterior al fin pudo ir a tomar unos tragos y disfrutar algo de tango–. El show de anoche fue increíble.”
Si el sábado fue increíble, difícil encontrarle parangón al delirio que desata el combo “Vertigo”/ “I’ll go crazy if I don’t go crazy tonight”/ “Sunday bloody Sunday”. Difícil medir el temblor que recorre la ciudad desde el epicentro de “Elevation”, o el desmadre general cuando el grupo se embarca en ese final a toda orquesta de “When the streets have no name”. Al pie de la consola de sonido, el manager Paul McGuinness, relajado, sin necesidad de correr a ningún lado, no oculta la sonrisa de satisfacción. Es un buen momento para acercarse, estrecharle la mano y decir simplemente “gracias”.

* * *

–¿Y el show, León?

–Me encantó, aunque no estaba en un lugar privilegiado. Fui invitado a un lugar para ver y escuchar perfecto... ¡y este tipo nos jodió la noche! (se ríe a carcajadas) Me quedé en un lugar donde me fueron a buscar para tocar, y después mis lugares estaban ocupados. Me dijeron de ir al mangrullo pero había que atravesar toda la gente: si no hubiera tocado me iban a pedir fotos dos o tres nada más, pero después de tocar... me gastaban. Así que lo vi desde un lugar no privilegiado, pero estuvo muy bueno. Es un show muy grande.

–Pero a pesar de toda la monstruosidad no dejan de ser una banda.

–No, porque todo viene más atrás de ser una banda de músicos. Son cuatro amigos que siguen manteniendo esa cosa campesina irlandesa, que tiene mucho que ver con los argentinos. Yo creo que somos parecidos, un país medio sufrido...

–El dijo algo así.

–¿En serio? No lo escuché... Y sí, hay una cosa de sangre, de lucha, y eso no lo abandonaron. Bono actúa igual que cuando yo voy al interior y me viene a ver un luthier, y voy a su casa y veo el revuelo que se arma, pero me gusta tener ese contacto. El hace lo mismo, cuando repite tres shows le gusta una adrenalina rara, eso de un chabón como yo que suba al escenario, un agregado que te hace funcionar en el escenario.

–Para hacer lo que hacen tiene que haber pasión.

–Uno ve a Bono arriba del escenario, tiene una energía y una voz increíbles. Ya estoy yendo a un profesor de vocalización, porque como lo escuché cantar el domingo... tremendo. Dos shows intensos sábado y domingo, y el tipo tuvo la voluntad de venir a hablar, sacarse fotos con otra gente. Podía estar tranqui, no necesita nada, no tiene nada que agregarle a lo suyo. ¿Acaso necesita que yo suba a su escenario?

Fuente Página/12

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