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martes, 1 de mayo de 2012

Gernika y las cuentas pendientes



Para los argentinos nietos de vascos, Gernika es parte de nuestra identidad. Como el valor de la palabra, la lealtad, la voluntad y la tenacidad (al ser peronista, se refuerzan estas características).
Cuando exactamente 60 años después del 26 de abril de 1937, Herzog pedía públicamente perdón reconociendo que aviones alemanes bombardearon Gernika, los testigos sobrevivientes declararon que aquella inexplicable masacre nos les dejó un sentimiento de odio o de venganza. Pero sí, un ferviente deseo de NUNCA MÁS. Y un claro deseo de que desde los muertos y los escombros debía surgir una “bandera de paz para todos los pueblos del mundo”.
Previamente recordaron la “lluvia de fuego, metralla y muerte” que destruyó Gernika. Aquel lunes era un día ajetreado de mercado. La ciudad era un hormiguero bullicioso donde los vecinos trataban de olvidar, al menos por un rato, los rigores de la guerra civil y conseguir los pocos alimentos que de ningún modo alcanzarían hasta el próximo lunes de feria. La semana anterior algunas bombas habían caído en Durango y el miedo ya se había instalado en los pueblos cercanos.

“Gernika, la ciudad más antigua de los vascos y el centro de su tradición cultural, fue completamente destruida ayer a la tarde por aviones bombarderos insurgentes. El bombardeo de esta ciudad abierta, lejos de las líneas ocupadas, duró exactamente tres horas y cuarto, tiempo durante el cual una fuerte flota de aviones alemanes de tres diferentes tipos no cesó de arrojar bombas sobre la ciudad. En la forma de ejecución y en la escala de la destrucción, la incursión de Gernika no tiene parangón en la historia militar. Gernika no era un objetivo militar, el objetivo del bombardeo fue aparentemente la desmoralización de la población civil y la destrucción de la cuna de la raza vasca.” Así narra su experiencia para The Times el corresponsal de guerra George Steer, británico, de 27 años (nacido en la Unión Sudafricana, una de las tantas colonias inglesas de aquel entonces). Junto a otros corresponsales, entre Marquina y Gernika vieron aparecer los primeros aviones sobre el monte. Dejaron el auto y se protegieron en un cráter de bomba cercano al camino.

“A las cuatro y cuarto, el vigilante de la cumbre del monte Kosnoaga, apostado por el precario sistema de Defensa Civil de la Junta Municipal, hizo flamear las banderas rojas de peligro. El segundo vigilante, desde el campanario de la iglesia de Santa María, tocó a rebato. Las industrias que poseían sirenas las hicieron sonar para alertar a la población. Apenas pasadas las cuatro y veinticinco de la tarde del 26 de abril, Von Richthofen dio la orden de abrir fuego a su escuadrón. A partir de las cuatro y media de la tarde cayeron sobre Gernika decenas de bombas medianas de 250 kilos y livianas de 50 y más de tres mil proyectiles incendiarios de aluminio de 1 kilogramo. Los cazas Heinkel He 51 dispararon en vuelo rasante sobre quienes trataban de huir de la locura. La bestial humareda provocada por el bombardeo hizo que las últimas descargas se hicieran a ciegas. Tres horas después, los aviones se retiraron. La ciudad ardía en llamas. El 70 por ciento de los edificios quedaron destruidos totalmente por las bombas o por el fuego, otro 20 por ciento se mantenían en pie, pero derruidos”.

La Legión Cóndor de la aviación alemana y aviones italianos cumplieron al pie de la letra las órdenes del ejército franquista (cuestión de amigos: Hitler y Mussolini ayudando a Franco). La Casa de Juntas, el Árbol de Gernika, las fábricas de material bélico y hasta el puente de Rentería, que supuestamente eran objetivos principales, sorprendentemente quedaron intactos.

Franco sabía que los dirigentes vascos no aceptarían ningún tipo de negociación. Ordenó las operaciones militares que incluyeron el asesinato de civiles, más el escarmiento de dirigentes y el temor sembrado en el resto de la población.

Franco, responsable de la destrucción de Gernika, cinco años después, ya finalizada su reconstrucción, se hizo nombrar “hijo adoptivo de la ciudad”.

Franco instauró la persecución y la represión ideológica y cultural, administrada por la guardia civil, el ejército y grupos paramilitares.
Sin embargo, Franco no logró que Gernika dejara de ser el símbolo de las libertades vascas. Sí, paradójicamente, logró que represente un grito de paz para todos los pueblos del mundo, surgido desde el horror y la muerte.

La difusión de los hechos acaecidos en Gernika aquel 26 de abril de 1937 fue desde los primeros momentos objeto de una profunda controversia. Algunos testigos del bombardeo, junto con las personalidades más representativas del Gobierno de Euzkadi y de la sociedad vasca, denunciaron al mundo la destrucción de la villa foral y la implicación de los ejércitos alemán y franquista. La noticia apareció publicada en los principales medios informativos europeos, gracias a la rápida actuación de algunos periodistas, entre los que destaca la figura de George Steer.

El bando nacional nunca reconoció su responsabilidad, al contrario, tergiversó las pruebas y utilizó la prensa franquista para acusar a los republicanos vascos, a quienes denominó rojos-separatistas, de haber provocado el incendio de la villa en su retirada hacia Bilbao. Hasta el día de hoy el ejército español no ha reconocido su implicación en el bombardeo de Gernika.

Picasso vivió con horror las noticias que le llegaban a través de la prensa francesa sobre la tragedia del bombardeo de Gernika, y finalmente el 1° de mayo de 1937 comenzó a trabajar con auténtica furia en la obra que el Gobierno de la República, en plena Guerra Civil, le encargó para la Exposición Internacional de París. Estas referencias sobre el inmortal Gernika de Picasso forman parte de la muestra didáctica realizada por el Museo de la Paz de Gernika y organizada por la delegación de Euzkadi en la Argentina, que se puede visitar en el ECuNhi (Espacio Cultural Nuestros Hijos) que dirige nuestra querida Teresa Parodi. El miércoles pasado, en el Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti, también en la ex Esma, se realizó un acto a 75 años del bombardeo. Sobrevivientes, “niños de la guerra”, referentes de la comunidad vasca y trabajadores del Espacio para la Memoria, compartieron emotivas reflexiones de Elvira Cortajarena, Marita Perceval y Eduardo Jozami. También presenciaron la magnífica obra Granos de uva en el paladar, dirigida por Susana Hornos y Zaida Rico: las seis actrices españolas hicieron vibrar al público en medio de fusiles, banderas rojas, cárceles y monasterios, amor y muerte. Las figuras del Gernika de Picasso, toros, caballos y cuerpos desgarrados, envolvieron al auditorio en una atmósfera de emoción y dramatismo.

Tuvo un sentido y muchas razones realizar el acto e inaugurar la muestra en la ex Esma. El Museo de la Paz de Gernika dio paso y cultivó la Memoria; el transcurrir de las décadas, parcialmente, fue dando paso a la Verdad; Justicia es una cuenta pendiente. La lucha de Madres y Abuelas, Familiares, Hijos y los organismos de DD.HH., las políticas de Memoria desarrolladas desde 2003, los juicios a los genocidas de la última dictadura cívico-militar, nos permiten soñar a vascos y argentinos, y a las sociedades democráticas del mundo, con MEMORIA, VERDAD y JUSTICIA, por Gernika y por las víctimas del franquismo.


Agradecimiento especial por los aportes recibidos a Elvira Cortajarena, Mariana Satostegui, Miguel Russo y Ramón Burundarena / Artículo dedicado a la memoria de Eduardo Luis Duhalde.

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